María Fernanda Salas R.
La rebelión contra la realidad es un acto de locura
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Algunas personas se revelan contra la realidad, se separan de ella y construyen en su mente un mundo imaginario e inexistente para sustituirla. No son más que enfermos mentales, incapaces de interrelacionarse productivamente en una sociedad civilizada. Tampoco serían capaces de vivir, por si mismos, fuera de tal sociedad. Sólo pueden sobrevivir si son subsidiados por los seres humanos normales. En una sociedad con abundancia de capital, posiblemente serán internados y se trataría de curarlos. En una sociedad más pobre, serán parias sociales mal viviendo de minúsculas limosnas. Pero con la adecuada apariencia de normalidad, algunos locos pueden hacer pasar su locura por otra cosa. Y funcionar como políticos o intelectuales. LA TIRANIA DE LA REALIDAD Lo que los economistas llaman "el mercado" no es más que un fenómeno que resulta de innumerables transacciones voluntarias entre los seres humanos. Un economista me dijo que la característica distintiva de nuestra especie es el intercambio voluntario. El lenguaje, las herramientas, la propiedad, la cultura, pueden encontrarse en otras especies. El comercio no, me dijo, y cada vez entiendo mejor que es cierto. El mercado existe en la medida que dos seres humanos intercambiemos algo voluntariamente. Del intercambio se deriva la división del trabajo, y de esta toda la civilización humana. Así, el mercado no es, ni más ni menos, que el producto inevitable de la naturaleza humana. El Estado es otra cosa, es el resultado de la fuerza de unos sobre otros. El Estado, en principio, no es más que el ladrón que tiene suficiente fuerza para monopolizar el robo (castigando otros ladrones) y suficiente inteligencia para dejar a sus victimas lo suficiente para que continúen produciendo. Entre el fenómeno de los intercambios voluntarios que permiten incrementar la producción y el del robo por la fuerza que la reduce, se ha desarrollado la civilización humana. Mayor libertad para los intercambios voluntarios y restricción del robo, mayor producción y avance de la civilización humana. Más espacio para el robo y menos para el intercambio voluntario, menos riqueza y retroceso de la civilización humana. LA INAGOTABLE ESCASEZ La humanidad y las hormigas responden al mismo problema con estrategias parecidas. La naturaleza nos ofrece escasos recursos y hay que trabajar muchísimo para transformar dichos recursos en algo utilizable. Construir y mantener millones de hormigas en un hormiguero requiere de similares niveles de trabajo especializado que una agrupación humana del mismo número de habitantes. Pero hasta ahí llegan las similitudes. Las hormigas especializan el trabajo en un sistema esclavista comunitario perfecto. Todas las hormigas son esclavas de su sociedad, todas son brutalmente explotas e individualmente sacrificadas, desde aquella que mal llamamos reina, a las obreras, soldados o esclavas prisioneras de guerra. No hay ninguna hormiga, o grupo de hormigas, en actividades placenteras de tipo alguno, ni al mando, ni al robo. Son esclavas sin amo, porque son seres sin voluntad individual. Así, las hormigas enfrentan la necesidad de explotar la naturaleza explotando hasta el agotamiento y la muerte todos y cada uno de sus individuos. El ser humano, en cambio, enfrenta el problema mediante intercambios voluntarios, por lo que nuestra civilización es diferente de los hormigueros. Si vemos explotación de unos hombres, será en beneficio de otros hombres, y por medio de la fuerza. Sólo que no es necesario, podemos producir e intercambiar más, con cada vez menos trabajo. Sólo se necesita que los intercambios sean voluntarios y logremos eliminar el robo con un costo razonable. UN EQUILIBRIO DELICADO Es una locura negar nuestra naturaleza. Es algo que sólo tiene sentido para quienes tengan cerebro de hormiga, o aspiraciones de tirano. Pero es un error suicida para quienes no estén en ninguno de esos casos. El intercambio voluntario, la especialización del trabajo, y el progreso de la civilización dependen de excluir la fuerza en los intercambios. Sólo producirá el hombre en la medida que espere conservar el fruto de su esfuerzo, y sólo intercambiará voluntariamente cuando aprecie en más lo que recibe que lo que entrega. El Estado, incluso como ladrón explotador (monopolista e inteligente) es preferible al bandidaje imprevisible y torpe. Pero mucho mejor es que el Estado no maximice lo que puede tomar de cada uno, sino que cada uno minimice lo que tiene que pagar para mantener un Estado que proscriba la fuerza. Esa limitación de la fuerza, requiere del respeto de todos a los derechos de propiedad que cada individuo tiene sobre su propio cuerpo e intelecto, y de todo lo que con ellos adquiera. El que algo sea producto de conductas humanas, no implica que sea producto de la voluntad humana, ni que pueda ser controlado fácilmente por la misma. Podemos influir sobre fenómenos naturales complejos, con muy alto costo y dudosos resultados. Controlar el mercado, por medio de la planificación, es como intentar controlar la ecología por el mismo mecanismo. Lo único que se ha logrado con ello destruir más de lo que se produce. Pasa, cuando los cerebros de hormiga se ponen al servicio de orates con aspiraciones de tirano y pretensiones de Díos. Una sociedad liberal es cada cual tomando sus propias decisiones y asumiendo sus consecuencias. Lo otro es un grupo de orates jugando a ser Díos, mientras los demás son los que pagan las consecuencias. ¿Me explico? |
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