María Fernanda Salas R.
El derecho al aborto que no ocurrió: O la profunda inmoralidad de legislar la moralidad
|
|||||
Hace casi
cuatro años me encontré ante la que sería la decisión más seria que he tomado en lo que tengo de vida. Un día me preocupaba
del inicio de mi carrera universitaria, pues debía iniciarla mientras intentaba sobreponerme de la muerte de mi padre.
Mi situación económica tenía un muy delicado equilibrio, y me quedaba en el mundo una abuela materna para fungir, pocos meses,
de representante legal aunque la relación de dependencia financiera fuera la contraria. La señora podía aún desear trabajar,
como siempre hizo, pero una cosa es lo que la mente desea, y otra lo que el cuerpo permite. Mucho era, con mis años, el tener
ayuda y afecto, ante la abrumadora realidad de transformarme, así de rápido en "sostén de hogar". Debía felicitarme,
pese a todo, tenía un trabajo relativamente bien pagado y directamente relacionado con lo que me proponía estudiar, un techo
sobre mi cabeza, y algo de compañía en el mundo. De pronto
supe que podría ser más la compañía, estaba embarazada y tenía una decisión que tomar, la decisión de la cual dependería,
con mucho, el resto de mi vida. LO QUE HAY QUE DECIDIR La primera
cosa que se pregunta quien no tiene un seguro de salud, cuando le dicen que está embarazada es: ¿Con qué se sienta la cucaracha?.
O lo que es lo mismo. ¿De dónde saca una para la gracia?. Lo segundo es que se acuerda una de que los niños no vienen de París,
y planifica la forma de darle la noticia al otro interesado. En mi caso,
no fue poco el que se sobrepusiera de lo que semejante noticia le produce al que la recibe de regalo por su decimoctavo cumpleaños.
Pero era yo precariamente independiente, en mis precarias finanzas, y la idea de criar un niño me aterraba como el ajo al
vampiro. La de terminar de criar otro estaba fuera de toda discusión. Las cualidades que hacen atractivo al novio del último
año de liceo, resultan aterradoramente diferentes del modelo que una se hace de un buen padre y marido, luego del segundo
resultado positivo. No pudiendo
criar un niño tan crecido, por muy dispuesto que se mostrase en asumir responsabilidades para las que no tendría capacidades
por algunos años. Debía decidir entre uno o ninguno, y enfrentarme fundamentalmente sola con las implicaciones morales y prácticas. Decidí por
mí bebe, decidí que su padre asumiera únicamente el grado de paternidad que realmente
podía, decidí asumir el resto de la adultez adelantada que los cielos me enviaban. Y pude entrar en la universidad, trabajar
y prosperar, mantener mi casa y criar a mi hijo. Pero fue una decisión terriblemente arriesgada, profundamente personal y
ha podido ser otra... o salir mal. EL DERECHO DE DECIDIR Creo firmemente
que la vida humana es sagrada, y creo que cada ser humano es dueño absoluto de su propio cuerpo. De esas dos creencias, derivo
lógicamente el ser liberal libertaria, partidaria radical del gobierno limitado en sus funciones naturales. Y también derivo
de ahí el creer en los derechos individuales como limites absolutos, de la Ley, y la voluntad de la mayoría. Creo, también,
que la vida humana, comienza en el momento de la concepción. Pero no por ello aceptaría que la decisión que tomé, por mi voluntad
me hubiera sido impuesta por la del legislador. Sin importar
que creamos que la concepción establece la existencia de un individuo humano, o discutamos científicamente el momento en que
tal individuo adquiere la condición de individuo, o de humano. Carecen de significado, esos asuntos, respecto al derecho de
una mujer para abortar, o no abortar, por su propia voluntad. Para efectos
de la Ley, nadie puede afirmar que un feto sea un individuo físicamente independiente de la mujer en cuyo cuerpo se desarrolla.
Si yo no tuviera la voluntad o la capacidad de mantener a mi hijo, alguien más podría hacerlo. Un bebe, por muy dependiente
que sea, no es dependiente del cuerpo de una única persona, con exclusión de cualquier tercero. Un feto si lo es. CUANDO COMIENZA EL DERECHO Para el
Estado y para la Ley, no puede tener derechos quien no tiene vida propia independiente del cuerpo de otro ser. En materia
legal únicamente puede ser considerado como parte del cuerpo de su madre. Así, la madre es dueña absoluta de abortar, si así
lo decide. Nadie puede prohibirlo, pues nadie puede retirar el feto del cuerpo de la interesada y mantenerlo con vida garantizando
su desarrollo normal por la acción de terceros. No se puede considerar al feto como un ser humano, dueño de su propio cuerpo,
y sujeto de derechos legales, ni aún si lo consideramos moralmente un ser humano. No puedo
basar lo que considero que sea justo legalmente, en mi opinión moral sobre lo sagrado de la vida humana y mi creencia de que
se inicia en la concepción. Suele resultar profundamente inmoral moral legislar sobre asuntos morales. Es por eso, que aunque
todos los argumentos de quienes exigen legislaciones contra el aborto libre fueran ciertos, no es justa la Ley que proponen.
Mi cuerpo es mío, y tengo el derecho de ser tan moral, inmoral o amoral en mis decisiones sobre como deseé. No se me puede
obligar por ley a ser buena, ni aún prohibirme el dañarme yo misma. Sólo el dañar terceros es legislable. Para el legislador
liberal, un feto, no se puede considerar un tercero. Claro que tampoco sería justo que el Estado me financie un aborto gratuito,
con impuestos de quienes no están de acuerdo. Pero ese ya es otro asunto. ¿Me explico? |
||||
|
||||