María Fernanda Salas R.
Crimen sin castigo: Inhumana complicidad genocida |
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La
conquista del poder cultural es previa a la del poder político y esto
se logra mediante la acción concertada de los intelectuales llamados orgánicos infiltrados
en todos los medios de comunicación, expresión y universitarios. Antonio Gramsci
Con una risa cómplice y displicente reaccionará siempre el “progresista” promedio ante la evidencia del espantoso genocidio socialista. Risa que nos habla de la eficiencia de quienes le “entrenaron” para hacer de la inhumanidad su segunda naturaleza. Lograron grabarle desde la admiración ilimitada por los peores criminales. Hasta la inconfesable negación automática y absoluta de la humanidad de sus victimas. Moralmente es peor criminal el que automáticamente muestra esa displicente risa falsamente incrédula, que el que materialmente ordenó o cometió los crímenes. Cada criminal que exterminó a millones. Pese al enorme sufrimiento previo que planeo y ejecutó. Terminó con la vida de cada victima una sola vez. Y los serviles ejecutores no fueron peores criminales que cada líder supremo. Pero los lejanos y tranquilos admiradores, justificadores y apologistas del genocidio matan a cada victima mil veces. Son los más despréciales e inhumanos criminales. Lo único más bajo en la animalidad intencional del ser humano... Son los entrenadores “intelectuales” de tales bestias. Reptiles al fin. Los repugnantes “entrenadores intelectuales” de las bestias promedio son rápidos, ponzoñosos y predecibles. La reacción histérica de la izquierda “intelectual” ante libros como “El libro negro del comunismo” coordinado por Stéphane Courtois. Es idéntica de la que en su momento tuvo la desgarradora denuncia de Alexander Solzhenitsyn en “El Archipiélago Gulag”. Igual ante el extraordinario libro “Mao: la historia desconocida” de Jung Chang y Jon Halliday. Y sería risible ver siempre idénticas respuestas. De no ser inhumanamente trágico el barbaro objetivo de las mismas. Lo escaso de tal literatura es un signo claro de la eficiencia de tal barbarie. Una descripción aterradora de la continuada, consciente e inhumana complicidad de los “intelectuales” de la izquierda occidental con los genocidios socialistas es el tema del libro “Koba el Temible: La risa y los veinte millones” del escritor inglés Martin Amis. Explica Amis detalladamente como se ha usado para ocultar, justificar, minimizar y distraer la atención del genocidio socialista. Hasta donde sea posible. El gigantesco aparato de propaganda socialista en que se ha transformado la mayor parte de la “industria cultural” de occidente. Del entretenimiento a la académia, pasando por las “noticias”. La idea de justificar, minimizar, negar u ocultar los crímenes surgió al tiempo que lo que pudiéramos llamar “la izquierda intectual” contemporanea. Para la segunda mitad del siglo XIX tal negación la definió. Y así ha seguido hasta la fecha. Como idea fue expresada inicialmente por la escritora francesa que se hacia llamar George Sand. Y lo que inicialmente se pretendió justificar. A como diera lugar. Fueron los crímenes de la entonces trágicamente reciente revolución francesa. Desde Sand la cosa se ha perfeccionado: Los crímenes de “la revolución” son tratados con una combinación de las siguientes técnicas:
Las imágenes del genocidio nazi aparecen hasta en los libros de escuela. Cosa buena. Pero las imágenes de los genocidios socialistas soviético y chino... Son prácticamente clandestinas. Apenas tienen mínima difusión las del genocidio camboyano. Cosa mala y no es casual. La izquierda “concederá” fácilmente lo de las “desviaciones” para ocultar la verdad sobre la naturaleza y el número de las victimas. Los genéricos “contrarrevolucionarios” y los propios “revolucionarios” victimas de la “desviación totalitaria” le son útiles. Que alguien escriba sobre como Stalin asesinó algunos bolcheviques no perturba el sueño de los “intelectuales orgánicos infiltrados”. Lo que pone histérico hasta el paroxismo a todo “intelectual orgánico infiltrado” es que se demuestre. Ante el público. Que los crímenes socialistas y revolucionarios fueron masivos. Que fueron cientos de millones las victimas inocentes. Lo que realmente les angustia es que llegue a ser del conocimiento general, que la casi totalidad de las victimas, poco tenían de revolucionarios o de contra-revolucionarios. Que fueron personas comunes y corrientes, sin crimen alguno, más que los que se les inventaron. Y que su martirio y asesinato fue planeado y ejecutado para imponer un terror absoluto que inmovilizara a los sobrevivientes. Les aterra que todas las revoluciones socialistas terminaran con exactamente las mismas “desviaciones” y en creciente genocida magnitud. Porque lo que desesperadamente ocultan, al costo y por los medios que sea, es que el genocidio de cientos de millones de inocentes, no es una “desviación”. Que el terror es “la naturaleza misma” de la revolución socialista. Incapacez de practicar por ellos mismos lo que se necesita para “hacer la revolución”. El ñangaraje genérico se conforma con ser cómplice y apologista de sus ídolos criminales. Pueden incluso llegar al poder los izquierdistas “orgánicos infiltrados”. Pero en lugar de genocidio y terror, suelen darnos empobrecimiento y demagógia. Preparan paciente y tranquilamente el terreno con un socialismo a medias. Para que en algún momento sean otros los que den el paso al socialismo completo. Al del real y masivo terror paralizante. Y también sirven de “retaguardia segura” para recomponer el tinglado... Tras las derrotas del socialismo real. El marxismo leninismo cayó en la mayor parte de los países que llegó gobernar. Pero ya había logrado controlar la casi totalidad de la “industria cultural” de occidente. Los berlineses derribaran un muro de acero y concreto. Nadie derribó el muro de mentiras y complicidades que erigieron pacientemente los “intelectuales orgánicos infiltrados” desde la segunda década del siglo pasado. La supervivencia cultural de la mitología socialista fue la gran victoria de Antonio Gramsci. El conjunto de individuos que se autodenominan “izquierda”. Los que en su momento Lenin calificó de “enfermedad infantil del comunismo”. Han resultado ser efectivamente una “enfermedad infantil”. Pero no del comunismo... Son la enfermedad infantil de la civilización occidental. |
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